viernes, 18 de marzo de 2011

Las jorobadas ballenas de Samaná

Esta entrada se la dedico a José María, a Jacques y a Heiko,
compañeros de viaje en tan singular aventura.

Vamos a suponer, por suponer algo, que lo que se ve en la foto sea el lomo de una ballena jorobada. Eso es todo lo que vimos de las ballenas de Samaná.

Según la agencia de viajes, se trata de “una de las excursiones más bellas que existen en la República Dominicana”,  “un espectáculo sorprendente”, “unas 3.000 ballenas jorobadas “, “impresionante cuando los machos de 40 toneladas saltan arriba el agua y caen abajo unos metros adelante”… ¡Ah! Y acompañados de un “biólogo marino”. En fin, todo esto más el transporte, la navegación y un almuerzo típico dominicano por 75 dólares USA. ¡Una ganga!

Las fotos de la web de la agencia muestran un enorme macho con todo su cuerpo fuera del agua, o casi. En otra, un grupo de gente fotografiando una ballena desde la borda del barco, prácticamente encima del animal, sin la tortura del chaleco salvavidas (la gente; la ballena no necesita chaleco).

Llegamos a Samaná tan ricamente en una van aceptable, aire acondicionado imprescindible, excelente chofer y carretera nuevecita, circulando entre un suave paisaje vegetal que me recordaba alguna ruta paraguaya –ya saben, mi destino anterior–, tal vez por aquello de los trópicos: la República Dominicana muy próxima al de Cáncer, y Paraguay sobre el de Capricornio.

A bordo del barco, un moderno monocasco en fibra de vidrio, nos esperaba el biólogo marino que, luego de informarnos de que llevaba 18 años en la tarea, nos explicó los primeros detalles sobre las ballenas jorobadas que habíamos ido a observar, mamíferos que un día abandonaron tierra firme para adentrarse en el mar. El hambre, dijo él, o tal vez el problema de la vivienda, sospecho yo.

No obstante sus casi dos décadas de experiencia, el hombre consultaba una manoseada libretita amarilla de rayas antes de cada explicación. Nos contó que la ballena hembra no abandona jamás a su “pichón”. Alguien sugirió “¡ballenato!”, con lo que el sospechoso biólogo marino aclaró sin ruborizarse: “ballenato o pichón”. Y continúo tan campante su incierto speech.

Me había imaginado que 3.000 ballenas, como anunciaba la publicidad, eran muchas ballenas y que nuestro barco tendría que navegar con un par de marineros a proa, provistos de bicheros, para abrirse paso entre tanto animal. Craso error. Bajo un sol de justicia y fotoprotector del 50, durante más de una hora a rumbo nordeste, solo agua. Eso sí, azul turquesa de ensueño, para goce y deleite de nuestros sentidos. Nada de ballenas ni de machos saltando “arriba el agua”, como en el prometido espectáculo. Solo una pequeña flota de barquitos repletos de ilusión en su viaje a la quimera.

En el horizonte –a las 11 del reloj con referencia a la proa– algo más de media docena de embarcaciones en el lugar donde estaban las ballenas, según informó nuestro biólogo. La entrada al santuario debe hacerse con cierto orden porque solo pueden permanecer allí, simultáneamente, tres buques alejados un mínimo de 70 metros de la ballena y su ballenato, por un tiempo máximo de media hora, para no estresar a los animalitos.

Empecé a hacer fotos como un loco a toda espumilla blanca que pudiera anunciar la súbita aparición del elusivo “centáceo” –biólogo marino dixit–. A los 15 minutos de dejarme los ojos sobre el mar, enrojecidos de tanto no ver nada, la autoridad medioambiental decidió que se acabó la función –y la decepción y los 75 dólares– porque había muchos barcos esperando. Y nos fuimos.

Nos fuimos a Cayo Levantado donde un delicioso pescado frito y un “coco loco” fresquito y dosificado, nos hicieron olvidar el fracaso definitivo de nuestro aventura Moby Dick style.

La próxima vez me compraré un DVD de la National Geographic. No necesitan protector solar.


IMAGEN: La "yubarta" es conocida vulgarmente como "ballena jorobada" por arquear el lomo antes de sumergirse. Durante la época de reproducción, los machos vocalizan "canciones" para cortejar a las hembras y rivalizar con sus competidores. Quien mejor cante una bachata ¡premio!

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