sábado, 24 de julio de 2010

Día del Padre

“En las alegrías y en las penas, en la salud y en la adversidad, hasta que la muerte nos separe”.

No hablamos de matrimonio, sino de paternidad.

El invierno está siendo excepcionalmente frío y largo en las tierras salvajes del estado de Washington, cerca de la frontera con Canadá. La pequeña granja rural de Henry Jackson Smith, veterano de la guerra civil, se mantiene como puede, dedicada a la producción de leche, queso y manzanas. Desde hace casi un lustro, el propietario es un hombre viudo. Su esposa murió durante el parto de su sexto hijo, cuando una tormenta de nieve impidió que el doctor llegara a tiempo.

Trabajando de sol a sol y no con pocos sacrificios, Henry se hizo cargo de la educación de su prole y, al decir de la gente que le conoció bien, nunca les faltó nada de lo necesario.

Años después, en 1910, su hija Sonora Smart Dodd quiso rendirle homenaje, reconociendo públicamente el esfuerzo, la dedicación y la generosa entrega de aquel hombre paradigmático, y propuso la fecha de su nacimiento, el 19 de junio, para establecer un día nacional del padre.

La idea fue acogida con entusiasmo. Se corrió la voz y la gente de otras ciudades se unió a las celebraciones hasta que, en 1924, Calvin Coolidge, trigésimo presidente de los Estados Unidos, lo declaró celebración nacional.

Muy lejos de allí, al otro lado del mundo, Massoud Abdulá recorre cada mañana, con su hijo sobre los hombros, pegado a su turbante, los más de once kilómetros que separan su casa del hospital de campaña de Médicos sin Fronteras. Allí, el chico recibe a diario tratamiento intensivo, con la esperanza de que algún día pueda volver a caminar.

La sonrisa amable y sincera de Massoud, modesto vendedor de legumbres y harina al norte de Kabul, se quebró en seco la tarde de la explosión. Su hijo Habib, el más joven de cuatro hermanos, jugaba con otros niños en una explanada polvorienta, cerca de su casa. Nadie sospechó que una potente bomba de racimo estuviera aún allí, a pocos centímetros de la superficie donde los más pequeños del barrio, todos los días, a todas las horas, perseguían a patadas una pelota de trapo.

Varios murieron. Habib tuvo suerte. Los cirujanos, al finalizar la segunda operación en sus frágiles piernas, aseguraron al padre que el chico volvería a andar con soltura y que tal vez, con algo de suerte, hasta podría seguir jugando al fútbol. Eso sí: después de un periodo, de duración imprevisible, de intensa y paciente recuperación.

Cada mañana, con su hijo sobre los hombros, Massoud, que en pastún significa afortunado, sonríe de nuevo y agradece a Dios su buena estrella.

Entre la granja de Henry y el hospital en Kabul, mi tierra vasca y el caserío donde me crié. Mi padre, al amor de la lumbre de la cocina familiar, me relataba cuentos de inocente terror, protagonizados por aquellos dos malvados asustaniños que la imaginación de mi progenitor había bautizado como la bruja Mediodiente y el gigante Pasoslargos.

Aunque el mundo se estuviera derrumbando, yo no sentía miedo, sabiéndome protegido por aquellos ojos negros, atentos y vigilantes, y aquellas manazas grandes y peludas que, sin embargo, poseían la sensibilidad del más fino lutier. Con ellas, una tarde me construyó una flauta de caña con la que poníamos música a sus historias. Aún le veo taladrando los agujeros justos para mis dedos flacos con una varilla de hierro al rojo vivo. Todavía percibo el olor y el chisporroteo de la madera quemándose.

De haber un dios del fuego, que luego supe que sí lo había, no podía ser otro que mi querido papá.

A todos los que, con turbante o sin turbante, son capaces de hacer todo por sus hijos, ¡feliz día del padre!


IMÁGENES: Las fotografías primera y tercera son irrelevantes.
La central, en cambio, es un cuadro increíblemente realista del pintor iraní
Iman Maleki cuya galería on-line recomiendo vivamente visitar.


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