jueves, 6 de enero de 2011

Reyes Magos

Durante las breves vacaciones de Navidad que disfruté en Tailandia con mi familia, quiso el azar que coincidiéramos en el hotel de Bangkok con los mismísimos Reyes Magos de Oriente.

Gente sencilla en lo grande y grande en lo sencillo, no me fue difícil acercarme a ellos mientras nos movíamos por el restaurante en ese incesante ir y venir al bufé, a recargar el plato.

Quise agradecerles tantos lápices de colores, tantos cuadernos para pintar y tantas arquitecturas  -aquellas maderitas coloreadas con las que construíamos cualquier cosa-  que, cada 6 de enero, año tras año, me dejaban en el caserío de mi abuelo. Nunca conseguí verlos. Tan ocupados en aquella noche mágica, siempre acababan de irse cuando yo llegaba en busca de mis tesoros. La buena suerte me indemniza con creces ahora de aquellas pequeñas frustraciones.

Sus reales pajes y la austera seguridad del hotel me permitieron, a sugerencia de los Magos, sentarme junto a ellos para disfrutar de una inusual conversación.

Cada año tienen más dificultades para complacer a los niños. Les hizo mucha gracia lo de mis maderitas, y me contaron que ya no recuerdan cuándo se las pidieron por última vez. Ahora todo son nintendos y consolas y laser-pistola espacial y mucho gameboy… Un problema con las pilas. La crisis está afectando a los fabricantes de estos artilugios quienes, para ahorrar en costos, ya no las proporcionan. Ellos, los Magos, no pueden responsabilizarse de tanta batería por los riesgos medioambientales que conlleva su transporte. Sugieren a los papás que se hagan con una buena provisión y con un destornillador de estrella para abrir y cerrar la tapa del rediseñado alojamiento.

Dicen que hay mucha competencia. Entre el barrigudo de rojo, el Esteru en Cantabria, el Olentzero en el País Vasco, el Tió en Cataluña, el Apalpador en Galicia y otros menos conocidos, la demanda de juguetes crece sin cesar y, claro, los fabricantes que les surten aumentan los precios cuanto pueden.

Pregunto por el barrigudo de rojo. Se trata, como suponía, de Papá Noel, Santa Claus, Viejito Pascuero, Colacho o San Nicolás, que con todos estos nombres y alguno más se le conoce por ahí. Cuando los inmigrantes holandeses fundaron la ciudad de Nueva Amsterdam, hoy Nueva York, llevaron allá el mito de Sinterklaas que la burda pronunciación angloparlante convirtió en Santa Claus y que, con el tiempo, derivó en el bodrio sociocultural y memo de Santa, a secas.

Este año tienen otra preocupación adicional. Las catástrofes naturales que se cebaron con nuestro planeta en 2010, han dejado a cientos de miles de niños sin familia y sin modo de hacer llegar sus esperanzas a los Magos. Los Reyes trabajaban duro en aquellos días de Bangkok para no dejar a ningún infante sin su dosis de cariño, sin su pedacito de ilusión y fantasía. Espero que lo hayan conseguido con el apoyo y la generosidad de todos nosotros, y que las sonrisas hayan vuelto, al menos por un día, a los rostros inocentes de Haití, China, Rusia, Pakistán… y de tantos otros lugares donde nos necesitan con urgencia.

Me despido de Sus Majestades. Ellos son los artífices de darle marcha atrás al tiempo y hacernos retornar a los días en que era tan fácil ser feliz que bastaba con desearlo.

Con un truco elemental, querido Watson: el pequeño milagro de la ilusión.


IMAGEN: Bailadoras de tumbe en Arica. Durante la colonización española, la festividad de los Reyes Magos era día de asueto para los esclavos negros, quienes salían a las calles a bailar al ritmo de sus tambores. Esta celebración dio origen a la "Pascua de los Negros" que se celebra aún en algunas comunidades afroamericanas y caribes.


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