miércoles, 18 de agosto de 2010

Las lágrimas de Enia

Las perseidas son una lluvia de meteoros que parecen irradiar de la constelación de Perseo. En la Edad Media, el fenómeno tenía lugar durante la noche en que se recordaba a San Lorenzo, por lo que se asociaron con las lágrimas vertidas por el santo mientras lo quemaban sobre una parrilla.

Esta es mi particular versión.

lluviadeestrellasLos astrónomos bautizaron a la estrella con el nombre de SN1998M, pero sus amigas la llamaban, simplemente, Enia. El brillo de esta pequeña y joven perseida, intensamente blanca, se consumía enamorada de un hermoso planeta azul que giraba, sereno e indiferente, alrededor de un espléndido sol.

Una tarde anunció a sus amigas más íntimas, Algol y Mirfak, su decisión de abandonar la galaxia para reunirse con su amado en aquel lejano sistema solar. Planeaba acercarse lo suficiente a su órbita, como para que éste la atrajera con su fuerza de gravedad, quedando así atrapada, durante millones de años, como inseparable compañera del planeta de sus sueños.

La llamaron loca. Trataron de disuadirla de su aventura, advirtiéndole de los numerosos peligros que acechaban fuera de la constelación. Le explicaron, como pudieron, que el universo era un sistema complejo, donde todos debían ocupar su lugar, apoyando y manteniendo un delicado equilibrio gravitacional que su atolondrada huída podía poner en riesgo.

Todo fue inútil. Partió una mañana, sin atender a los ruegos de sus amigas, quienes la despidieron sumidas en una leal tristeza, seguras de que no la volverían a ver.

Fuera, el universo era tan negro que la masa de Enia apenas conseguía iluminar débilmente su camino y pronto se vio envuelta en un laberinto de órbitas y cuerpos celestes que se movían a una endiablada velocidad. Apenas había viajado unos pocos parsecs, cuando estuvo a punto de que la engullera para siempre un amenazador agujero negro. Más tarde, en los confines de su galaxia, se enredó en la larga cola de 109P, un cometa que cruzaba por allá cada 135 años: “¡Mira por dónde vas, estúpida!”. Asustada y desorientada, se perdió en la oscuridad.

Cuando Algenib, una supergigante amarilla, el astro más brillante de la constelación de Perseo, supo de la locura de Enia, no dudó en salir en su búsqueda, acompañada de Algol y Mirfak. Con la ayuda de su potente luz y guiadas por el rutilante rastro de lágrimas que nuestra protagonista iba dejando a su paso, pronto dieron con ella en un oscuro rincón de la galaxia, junto a un cúmulo de polvo estelar. Sus dos amigas, dichosas de haberla encontrado, comenzaron a girar alegremente en una órbita próxima a la estrella enamorada, rodeándola con su cariño en su regreso a casa.

La lluvia de perseidas o estrellas fugaces que podemos ver en el cielo hacia mediados de agosto, son las lágrimas de Enia que llora desconsolada por el amor imposible de aquel inalcanzable y hermoso planeta azul.


IMAGEN: La lluvia de perseidas, visible únicamente en el hemisferio norte, se produce cuando la Tierra cruza la órbita del cometa 109P/Suift-Tuttle: las partículas de polvo desprendidas de su cola se incendian al entrar en contacto con nuestra atmósfera. La intensidad de esta lluvia oscila entre 30 y 100 meteoros por hora.

La expresión “planeta azul”, referida a la Tierra, es original del inolvidable naturalista Félix Rodríguez de la Fuente, que inmortalizó con ese nombre una de las series más populares de la televisión española de los años 70.

viernes, 6 de agosto de 2010

Chop suey de pollo

“Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”, canta Sebastián en La Verbena de la Paloma, una zarzuela estrenada en España en 1894. Desde entonces, las ciencias han adelantado no una, sino varias barbaridades, excepto, al parecer, en lo que se refiere a los programas de traducción automática.

Como prueba de sus deficiencias técnico-neurológico-cibernéticas, he seleccionado una receta de chop suey traducida en línea del inglés al español (?). Vean el resultado "entrecomillado en cursiva" y mis apostillas en letra normal.

“Calienta el aceite y el jengibre, en el wok puede estar en polvo fresco o (es necesario alinearlo)”. Importante paréntesis: tenerlo todo bien alineadito es obligatorio en una cocina ordenada. Lo del wok en polvo fresco ya no me cuadra. Los polvos siempre en caliente, digo yo.

El segundo párrafo nos va aclarando: “Para cortar la carne en tiras pequeñas, y cocinar el pozo del calentamiento ellas en el aceite. Una vez que se dore (si sucede el fuego era suficientemente caliente, pero se parece últimamente yo que están inyectando el aire a él al gas, no calienta un excremento) para retirar todo el contenido en un poco de envase”. Si no se dora la carne es que, efectivamente, el gas no calienta una mierda. Lo difícil debe ser cocinar el pozo.

“A la carne en la receta de chop suey de pollo, si se desea, es posible ser condimentar con cualquier otro ingrediente, del vino blanco a la salsa de la soja, te vas y sazonas con pimienta. Recordar que la salsa de la soja, de en caso de que, ella sea absolutamente salada”.  Si te vas, no puedes sazonar con pimienta, ni con nada. Yo creo que primero hay que sazonar y luego ya te puedes ir… al baño, me imagino, porque a estas alturas te estarás meando de risa.

Esto ya está mejor: “Con el jugo (si se deja pequeño para agregar el aceite) de la carne saltada al calentamiento y a los vehículos del salto en esta orden (seguir si desean): Zapallitos, zanahoria (también es posible ser utilizado), pimienta roja, cebolla de Verdeo”. Lo más probable es que la carne, al calentarse, salte a un vehículo que, casualmente, pasaba por la cocina en ese instante, y se vaya con la cebolla a visitar a unos parientes que tienen en Verdeo.

“La orden es para no quemarse nada y todo llegue a tiempo en el extremo. Agregar la salsa de la soja, de los bordes del wok que llega así todos los lugares de wok. Una vez que los salten, agreguen la carne que eran tenidos en un envase, para el extremo los brotes de la soja y del revuelve se agrega como puede. Dejan calentamiento todo apenas un poco y sirven”. Pues eso, que se agrega todo como se puede, pero sin quemarse.

Tienes la posibilidad de servir la receta de chop suey de pollo con el arroz blanco para alimentar cerdos como tuve que hacer el ayer por la noche, se recomienda acompañar con un poco de vino blanco”. Qué contentos se van a poner los cerdos: cena a base de chop suey de pollo con arroz  y vino blanco. ¿Sauvignon o chardonnay?...

¡Buen provecho!


IMAGEN: El chop suey es un plato de origen chino-estadounidense que literalmente significa "trozos mezclados". Se puede cocinar con los restos de carne y vegetales que van quedando en la nevera.


sábado, 24 de julio de 2010

Día del Padre

“En las alegrías y en las penas, en la salud y en la adversidad, hasta que la muerte nos separe”.

No hablamos de matrimonio, sino de paternidad.

El invierno está siendo excepcionalmente frío y largo en las tierras salvajes del estado de Washington, cerca de la frontera con Canadá. La pequeña granja rural de Henry Jackson Smith, veterano de la guerra civil, se mantiene como puede, dedicada a la producción de leche, queso y manzanas. Desde hace casi un lustro, el propietario es un hombre viudo. Su esposa murió durante el parto de su sexto hijo, cuando una tormenta de nieve impidió que el doctor llegara a tiempo.

Trabajando de sol a sol y no con pocos sacrificios, Henry se hizo cargo de la educación de su prole y, al decir de la gente que le conoció bien, nunca les faltó nada de lo necesario.

Años después, en 1910, su hija Sonora Smart Dodd quiso rendirle homenaje, reconociendo públicamente el esfuerzo, la dedicación y la generosa entrega de aquel hombre paradigmático, y propuso la fecha de su nacimiento, el 19 de junio, para establecer un día nacional del padre.

La idea fue acogida con entusiasmo. Se corrió la voz y la gente de otras ciudades se unió a las celebraciones hasta que, en 1924, Calvin Coolidge, trigésimo presidente de los Estados Unidos, lo declaró celebración nacional.

Muy lejos de allí, al otro lado del mundo, Massoud Abdulá recorre cada mañana, con su hijo sobre los hombros, pegado a su turbante, los más de once kilómetros que separan su casa del hospital de campaña de Médicos sin Fronteras. Allí, el chico recibe a diario tratamiento intensivo, con la esperanza de que algún día pueda volver a caminar.

La sonrisa amable y sincera de Massoud, modesto vendedor de legumbres y harina al norte de Kabul, se quebró en seco la tarde de la explosión. Su hijo Habib, el más joven de cuatro hermanos, jugaba con otros niños en una explanada polvorienta, cerca de su casa. Nadie sospechó que una potente bomba de racimo estuviera aún allí, a pocos centímetros de la superficie donde los más pequeños del barrio, todos los días, a todas las horas, perseguían a patadas una pelota de trapo.

Varios murieron. Habib tuvo suerte. Los cirujanos, al finalizar la segunda operación en sus frágiles piernas, aseguraron al padre que el chico volvería a andar con soltura y que tal vez, con algo de suerte, hasta podría seguir jugando al fútbol. Eso sí: después de un periodo, de duración imprevisible, de intensa y paciente recuperación.

Cada mañana, con su hijo sobre los hombros, Massoud, que en pastún significa afortunado, sonríe de nuevo y agradece a Dios su buena estrella.

Entre la granja de Henry y el hospital en Kabul, mi tierra vasca y el caserío donde me crié. Mi padre, al amor de la lumbre de la cocina familiar, me relataba cuentos de inocente terror, protagonizados por aquellos dos malvados asustaniños que la imaginación de mi progenitor había bautizado como la bruja Mediodiente y el gigante Pasoslargos.

Aunque el mundo se estuviera derrumbando, yo no sentía miedo, sabiéndome protegido por aquellos ojos negros, atentos y vigilantes, y aquellas manazas grandes y peludas que, sin embargo, poseían la sensibilidad del más fino lutier. Con ellas, una tarde me construyó una flauta de caña con la que poníamos música a sus historias. Aún le veo taladrando los agujeros justos para mis dedos flacos con una varilla de hierro al rojo vivo. Todavía percibo el olor y el chisporroteo de la madera quemándose.

De haber un dios del fuego, que luego supe que sí lo había, no podía ser otro que mi querido papá.

A todos los que, con turbante o sin turbante, son capaces de hacer todo por sus hijos, ¡feliz día del padre!


IMÁGENES: Las fotografías primera y tercera son irrelevantes.
La central, en cambio, es un cuadro increíblemente realista del pintor iraní
Iman Maleki cuya galería on-line recomiendo vivamente visitar.


viernes, 9 de julio de 2010

La leyenda del lago

Este relato está dedicado a mis amigos, hombres y mujeres, 
con quienes, en Paraguay, tuve el privilegio de compartir y disfrutar de la belleza del lago de Ypacaraí y su entorno incomparable. Se lo debía desde hace tiempo. Estoy seguro de que quienes me leen en mi nuevo hábitat dominicano se complacerán también con esta pequeña ficción.

El jesuita descendía por el sendero del cerro Yvytypané, que en guaraní significa “aciago”, deseando llegar cuanto antes a la aldea Tapaicua o “pozo Tapá”, un conjunto de chozas miserables habitadas por medio centenar escaso de indios haraganes y ladrones que se habían negado a convertirse a la fe cristiana. Caminaba a buen paso, muerto de sed, acompañado de un pequeño loro de vistosos colores al que llamaba Pytã, “rojo”, que revoloteaba a su alrededor y que, a veces, se posaba a descansar sobre el hombro izquierdo del misionero.

Hombre y pájaro rezaban al unísono: el ave, arrastrando fuertemente las erres; el monje, con los registros de su bien timbrada voz de barítono, educada en Dios sabe qué claustros de remotos monasterios. “¡Vete de aquí! ¡Vete de aquí!”, le gritaba una y otra vez al loro quien, con su parloteo, le impedía concentrarse en sus oraciones.

Llegados al poblado, el pájaro voló hacia el pozo para aliviar su sed, pero el cacique de los indígenas, celoso custodio del agua que les daba la vida, impidió al sacerdote llenar la pequeña calabaza que llevaba colgada de la cuerda de cáñamo que, a modo de cinturón, sujetaba su tosca vestidura. De nada sirvieron sus súplicas. Frustrado y sediento, el religioso continuó su camino, con Pytã sobre su hombro.

Al final de la aldea, a la puerta de una choza un poco alejada de las demás, un indígena le hacía discretas señas indicándole que se acercara. Era un hombre joven, bajo y robusto que le ofreció, sin mediar palabra, media calabaza de agua y un trozo de chipa recién cocinada.

Del interior de la casucha, atraída probablemente por el incesante parloteo del pajarraco, salió una agraciada indiecita de cara redonda, grandes ojos oscuros y cabello increíblemente negro, que se quedó prendada de los hermosos colores del ave. Pytã debió de sentir una atracción similar por aquella hermosa criatura. Voló hasta la mano extendida de la niña sobre la que se posó con sumo cuidado, como evitando herirla con las afiladas uñas de sus patas.

Mientras el monje descansaba a la exigua sombra de un reseco naranjo, entre la niña y el loro se estableció un fuerte lazo de amistad. El ave no mostró ninguna intención de volver con su dueño, por lo que el jesuita decidió dejarlo con la feliz criatura y proseguir su camino, aprovechando el escaso frescor de un atardecer que derramaba generoso sobre el campo las alargadas sombras de las desaliñadas palmeras mbocaya.

A medianoche, el pozo de la aldea se desbordó. El agua manaba como un torrente cada vez más impetuoso, inundando caminos, campos y chozas, ahogando a todos los indios perezosos y ladrones que dormían en sus hamacas. Todos murieron, excepto uno y su niñita: los que aquella misma tarde habían regalado media calabaza de agua y un trozo de chipa a un jesuita sediento  y cansado. El loro les había despertado al grito de “¡Vete de aquí! ¡Vete de aquí!”, avisándoles a tiempo de que debían huir hacia lo alto del cerro que llamaban “aciago”.

Al oír el estruendo del agua, el monje volvió sobre sus pasos, tratando de detener el ya irremediable desastre. Desde lo más alto de la loma que hoy ocupa la iglesia de la Candelaria, en Areguá, con una cruz y una biblia en la mano, invocó a Dios Padre y el Padre Todopoderoso le escuchó. El pozo dejó de manar, las aguas se calmaron y retrocedieron en parte, mientras la luna llena contemplaba indiferente la tragedia.

Desde entonces, el hermoso lago azul formado aquella noche lleva el nombre de Ypacaraí, que en guaraní significa “lago sagrado”.


IMAGEN: El lago durante una regata del Día de la Hispanidad. Pulsando aquí se puede ver una secuencia de imágenes del lago con un fondo musical romántico e inolvidable a cargo de Julio Iglesias.


viernes, 25 de junio de 2010

Dolor de espalda

De vez en cuando me duele la espalda. Como a casi todo el mundo. Hoy he hablado con mi amigo Paco, que vive en Paraguay, y me ha dicho que tiene un lumbago “de cojones” que, en el español de España, significa en el límite de lo soportable.

Hace unas semanas entré en crisis con un fuerte dolor cerca de las cervicales. Lo normal hubiera sido remediarme con ibuprofeno, como suelo hacer en estas situaciones, un antiinflamatorio que me va muy bien. No sé por qué, me dio por acudir a una masajista que se anuncia en el diario. Craso error. Acabé aún más dolorido. Me prescribió unos ejercicios de cuello y que no se me ocurriera usar el auto. Al salir, ya se sabe, hay que aportar los 1.000 pesos que cobran aquí, como mínimo, por cualquier consulta.

Al día siguiente, inspirado por un reportaje que vi en la tele, probé suerte con la acupuntura. “Clínica del Dr. Chino” se lee en la puerta, sobre una ostentosa placa dorada con letras rojas, en español y, supongo, en chino. Me tumbaron boca abajo, sin camisa, en una camilla junto a otras camillas con otros pacientes, separadas con una tela verdosa que se movía al ritmo de los ventiladores y de la musiquilla de restaurante oriental barato que sonaba en el ambiente. El chino que vino primero me preguntó dónde me dolía y me apretó con fuerza por distintos lugares de la espalda para ver cuándo y cuánto gritaba. Localizado el foco, me clavó un par de agujas, me colocó una lámpara incandescente a un centímetro de la piel y desapareció por entre la marea de tela verde.

La lamparita me estaba gratinando la espalda y las agujas me martirizaban lo suyo, pero pensé que hubiera sido peor si me las hubieran puesto en el lagrimal. Conseguí relajarme y acabé medio adormilado, soñando con el generoso escote de la farmacéutica morenita que suele venderme el ibuprofeno. En ello estaba cuando vino otro chino que cambió la lámpara de lugar, desclavó las agujas y me puso dos vasos calientes que hacían vacío y me pellizcaban un poco la piel. Media hora más tarde desmontó la instalación y comenzó a pellizcarme por toda la espalda. Me aconsejó no subir a un auto ni de acompañante, y nada de jugar al tenis. Lo primero me resultará imposible de cumplir. Lo segundo muy fácil: no sé ni por dónde se agarra una raqueta.

Me explicó detalladamente que esto de la acupuntura es cosa de unas cuantas sesiones y que me iban a hacer un preparado especial para mi caso, que podría recoger y pagar al día siguiente. A la salida había otro chino más joven en una mesita donde se abonan los 1.000 de rigor quien, de paso, me preguntó si no quería algo para incrementar la potencia sexual. Le contesté que mejor se lo ofreciera a su señor padre, por si fuera capaz de engendrar un hijo menos imbécil. Me miró con ojos asesinos, pero no abrió la boca.

La espalda no me dejó dormir. Estuve tentado de tomarme un ibuprofeno que, como digo, me va muy bien, pero decidí llamar a un traumatólogo que me habían recomendado para que me atendiera esa misma mañana, que era una urgencia. Me dijo que no podía verme hasta el día siguiente y le propuse, para ganar tiempo, ir directamente a que me hicieran una radiografía. Herido en su orgullo de dios menor, respondió que primero tenía que examinarme y decidir lo que se debería hacer. Me enojé un poco con el doctor, pero hay que tener paciencia: uno no puede enfadarse con ellos porque no hay muchos, y ya tengo alguno en el congelador.

Me recibió muy amablemente a la hora prevista, me auscultó con mucho cuidado, sin prisa, se interesó por mi estado físico, me preguntó cómo me iba en Santo Domingo, me cobró los 1.000 pesos reglamentarios y me recetó ibuprofeno.

Salí a la calle y me puse a reír como un loco.


IMAGEN: Si le duele la espalda, acuda a su traumatólogo de confianza. Ni se le ocurra automedicarse con "ibuprofeno" ni con ningún otro fármaco. Su doctor de indicará cuál es el mejor tratamiento para su caso.

viernes, 11 de junio de 2010

La carretera de las lágrimas

Haití es el país más pobre del hemisferio occidental. La malnutrición está ampliamente extendida y apenas la mitad de la población tiene acceso al agua potable. El analfabetismo y las enfermedades que genera la pobreza golpean duro.

En este entorno, unos minutos antes de las 5 de la tarde del 12 de enero de 2010, la placa tectónica del Caribe se deslizó y presionó sobre su vecina norteamericana, produciendo un terremoto de proporciones bíblicas, con el resultado de doscientos mil muertos, quinientos mil niños huérfanos, más de un millón y medio de personas sin hogar y tres millones de damnificados.

En Jimani, República Dominicana, desde donde iniciamos el camino hacia el infierno haitiano, perduran los ecos de la tragedia. Llegamos a Mal Passe, que no es propiamente un pueblo, sino una ranchería ya en territorio haitiano; luego Font Parisien, un lugar de hermoso nombre sin nada destacable; Petion Ville y, finalmente, Puerto Príncipe, tras unos 90 minutos de viaje.

Apenas se ven campos de cultivo en esta carretera de las lágrimas por donde ingresó al país una gran parte de la ayuda humanitaria. Pequeñas plantaciones de supervivencia, cocos y mangos. La ganadería, escasa, y la industria, inexistente.

El desastre sobrecoge. Han pasado cinco meses desde que el terremoto golpeara Haití con tanta saña. El paisaje es una espeluznante naturaleza muerta, desgarrada. Todo lo que veo es desolación, como si un demiurgo exterminador y loco hubiera decidido acabar de golpe con este país permanentemente fallido, en los últimos puestos del desarrollo humano.

Se percibe una miseria antigua, una población resignada a la pobreza, que sobrevive milagrosamente llorando a sus muertos, bajo unos gobernantes que se olvidaron hace mucho tiempo de los ciudadanos a los que prometieron una vida mejor durante sus ruidosas, falaces y embusteras campañas políticas.

Parece como si nadie se hubiera molestado en retirar los escombros. Un hombre se lava los antebrazos en un charco de agua estancada. Entre la basura y los edificios derruidos, se han establecido pequeños puestos aprovisionados a costa del saqueo. Venden comida, ropa y, en una ironía suprema, productos de higiene. Un desagradable hedor lo impregna todo. Por todas partes, vehículos de la ONU, cascos azules y soldados norteamericanos. Los haitianos, sentados en el suelo, miran, como espectadores de una película de terror en la que ellos mismos son los protagonistas.

No hubo avisos, ni evacuación, ni alarma. El cinismo de este siglo naciente, llenó el país de cooperantes, voluntarios y ayuda humanitaria que, en gran parte, se la tragó la corrupción, el egoísmo y los absurdos caminos de las burocracias.

Hasta el infierno se resiste a una versión figurativa del tormento de miles y miles de personas que vagan heridas, mutiladas, hambrientas, enfermas y sin sombra de remedio ni esperanza entre las ruinas de su propia carne.

Entre las ruinas de su propia nada.


IMAGEN: Miles de haitianos huyeron hacia el interior en busca de comida y seguridad. El costo del combustible se disparó y los conductores elevaron el precio de los billetes, forzando a algunos a pagar más del sueldo de tres días por un asiento.


sábado, 29 de mayo de 2010

Día de las madres

Durante mucho tiempo mantuve la convicción de que el día de las madres, del padre, del hijo o del espíritu santo no era más que un invento, un conejo sacado de la chistera de los agudos responsables de marketing del Corte Inglés y otros establecimientos de parecido corte, con el único propósito de aliviar regularmente nuestros bolsillos a costa de estas enternecedoras celebraciones familiares.

Con los años, viajando por el mundo, pude comprobar que en todos los países existen festejos similares, incluyendo el día del niño, del abuelo, del tío carnal… No faltan, en algunos, el día del periodista, de la amistad, de los héroes, de los enamorados ¡cómo no!, del indígena, del orgullo gay, del médico de familia… Y así hasta cubrir todo tipo de parentelas, oficios, personajes y actividades posibles que, cuanto más, mejor para hacer caja.

Pero, contra lo que yo suponía, el día de las Madres, así, con mayúscula porque ellas se lo merecen, no es un invento tan moderno ni muchos menos. En 1870, Julia Ward Howe, norteamericana, activista social, abolicionista y poeta, creó el día de las madres por la paz, que luego devino en la festividad que hoy solemnizamos.

Las primeras celebraciones se remontan a la antigua Grecia, en honor a Rea, madre de los dioses Zeus, Poseidón y Hades. Se dice que los romanos adoptaron de los griegos estas efemérides con el nombre de La Hilaria, materializada en tres días de ofrendas, durante los idus de marzo, en el templo de Cibeles o Magna Mater, madre de los dioses del Olimpo.

La mayor parte de las creencias, valores y prácticas religiosas y filosóficas se ocupan de la figura materna con algún grado de exaltación. El budismo propone contemplar a todos los seres vivos como a nuestra madre y habla mucho del cariño de la madre hacia el hijo.

En un sütra  –literalmente, discurso –  de la filosofía budista se enuncian los diez tipos de bondades brindadas por la madre a su hijo. Creo que os gustará conocerlas:

La primera, proteger y cuidar al bebé en su vientre;
La segunda, soportar el dolor del parto;
La tercera, olvidar todo el dolor cuando el hijo ha nacido;
La cuarta, amamantar al hijo con su pecho, educarlo y hacer que crezca;
La quinta, comer ella el bocado amargo y guardar el dulce para su hijo;
La sexta, poner al hijo en lugar seco y acostarse ella en lo mojado;
La séptima, limpiar la suciedad del hijo;
La octava, pensar siempre en el hijo que está lejos;
La novena, el interés y devoción sinceros;
La décima, el amor hasta la muerte.

Es hermoso reconocer lo difícil que resulta devolver todo esto.

¡Feliz día de las Madres!


IMAGEN: Fragmento de "Madres de la Plaza de Mayo", pintado en 1983 por la artista argentina Diana Dowek. Sus obras han sido galardonadas en Argentina, Estados Unidos y España.