“No te preocupes por la gente de tu pasado. Siempre habrá una razón por la que no estarán en tu futuro.” (Anónimo)
A Antonio, entusiasta de la planificación estratégica, que invirtió casi una hora en explicarme el caso de una intoxicación por comer pescado con ciguatera.
A don Sito, nuestro guardia de seguridad, que vigilaba el edificio con un prototipo de kalashnikov de la primera guerra mundial.
A Enrique, que viajo a Santo Domingo como seminarista, tomó un concho hasta la embajada de los Estados Unidos y se declaró refugiado político.
A Euclides, mi taxista, que tenía soluciones geniales y definitivas para todos los problemas del tránsito en Santo Domingo.
A Gisela, que le robaron el coche a la puerta de Mapfre mientras pagaba el recibo del seguro.
A Guillermo, a su señora y a sus niñas, que aseguraban no haber comido nunca una tortilla de patata y cebolla tan rica como la mía.
A Heiko, que despidió a su empleada doméstica porque le robaba aceite y azúcar.
A Horacio, que me convidó a merendar en el Hooters del Acrópolis y se nos enfrió el café mirándole las tetas a la camarera, que era colombiana.
A Jacques, que viajo de París a Santo Domingo con una impresora de inyección de tinta y no la pudo emplear por el voltaje.
A José María, que se fue a Samaná a ver las ballenas jorobadas y no las vio.
A Juanma, que recogió un perro callejero, le mordió en la mano y tuvieron que ponerle la antirrábica.
A Julián, que tenía una neverita en su despacho y me invitaba a un trago de vez en cuando.
A las mujeres de la tercera planta, que se ponían a comer a mediodía en punto y terminaban la tertulia a las cuatro de la tarde.
A mi director espiritual, que tenía una sobrina de puta en Castelldefels, y decía que estaba de cocinera en casa de un diplomático.
A Norberto, que se enamoró locamente de una negra zahína que andaba de bonche por la Venezuela.
A Salvador, del Mesón Cienfuegos, que nos obligaba a comer la fabada con el aire acondicionado a tope, por si nos daba un golpe de calor.
A Sandra y a Clara, que consiguieron que nos dieran una visa de cortesía en cuatro meses, aunque lo normal es que la concedan en un par de días.
A toda la gente maravillosa que me ha soportado con infinita paciencia.
A todos los imbéciles que he sobrellevado durante un año con serenidad, entereza, estoicismo y resignación.
A todos, ¡adiós!
IMAGEN: Fragmento de “Individuos”, del pintor español José Ramón Gabilondo. Reside y trabaja en Madrid.